A principios de 1978 los narcotraficantes colombianos estaban hastiados de tener que vérselas con intermediarios gringos para meter las toneladas de coca que distribuían en Los Estados Unidos. El negocio era rentable pero podía ser mejor. Por eso, cuando a Carlos Lehder se le ocurre la grandiosa idea de comprar Cayo Norman, una pequeña isla de Bahamas compuesta de unos cuantos cientos de acres de tierra ubicada a unos cuantos kilómetros de las costas de la Florida, y desde allí iniciar el vendaval de cocaína que caería sobre territorio norteamericano en los siguientes cuatro años, la historia del narcotráfico cambiaría para siempre. Desde ese momento Lehder y sus compinches eran
tratados como reyes en las islas y no había un solo dirigente o militar local que no recibiera algo de su acostumbrada generosidad. El dinero del narcotráfico permeó la economía local y allí ‘El Loco’ no sólo estableció un emporio económico que catapultaría al Cartel de Medellín como la organización criminal más rica del mundo, sino que desde Cayo Norman el quindiano armaría las rumbas más estrafalarias que el Caribe haya podido recordar.
tratados como reyes en las islas y no había un solo dirigente o militar local que no recibiera algo de su acostumbrada generosidad. El dinero del narcotráfico permeó la economía local y allí ‘El Loco’ no sólo estableció un emporio económico que catapultaría al Cartel de Medellín como la organización criminal más rica del mundo, sino que desde Cayo Norman el quindiano armaría las rumbas más estrafalarias que el Caribe haya podido recordar.
Contrario a los gustos musicales que podían tener Rodríguez Gacha, quien disfrutada del corrido y la ranchera, o Pablo Escobar quien se derretía por las baladas de El Puma y Camilo Sesto, Lehder era un amante del rock y esa fascinación le hizo conocer de frente a rutilantes estrellas del género mientras fue el rey de Cayo Norman. Con algunas de ellas, aprovechando el gusto que tenían por la noche y las drogas, llegó a ser su amigo. Tony Sánchez, antiguo dealer, chofer, guardaespaldas y parcero de Keith Richards, afirma que era común ver en plena gira a narcos colombianos acercándose a los Rolling Stones, regalándoles miles de dólares en cocaína. Mick Jagger, siempre cuidadoso de su imagen, se mantuvo siempre al margen, pero Ron Wood, el guitarrista que reemplazaría desde 1974 a Mick Taylor en la banda, llevado por su adicción al juego, la rumba y la droga, intimó más de lo que debía con el muchacho de Armenia.
Era diciembre de 1979 y Roonie vivía el fin de una larga temporada en París con Josephine, la blonda y voluptuosa muchacha con la que se casaría un par de años después. Se acababa la década y Francia empezaba a ponerse helada. El rocker y su chica querían ver playa, palmeras y sol. En una fiesta parisina se encontraron con Lehder. Conversaron un rato y éste, al escuchar que los tortolitos buscaban un lugar tranquilo y cálido para seguir disfrutando de las mieles del amor, les sugirió que el mejor sitio para ser feliz era la mansión que él tenía en Cayo Norman. Los ojos desorbitados de Lehder, adicto a los CS o “Cigarrillos Sucios” unos largos, gordos y explosivos baretos de marihuana mezclados con heroína, se brotaron aún más al pensar en las posibilidades rumberas que implicaría tener a un Rolling Stone en su casa. Sin esperar la respuesta de sus invitados “Decidió que nos íbamos con él y no creo que tuviéramos mucha más opción” escribe el propio Wood en su autobiografía y prosigue: “No fue tanto una invitación como una orden. Era un tipo muy dominante”. Para tranquilizarlos un poco los llevó a un rincón de la fiesta y abrazando con fuerza a un embaladísimo Ringo Starr les dijo que él también se iba de juerga a “La casita de Bahamas”.
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Lehder había soñado con llevar a la “Posada Alemana”, su búnker en Armenia, al quinteto de Richmond pero las condiciones al final nunca se dieron. Ahora tendría como consuelo pasar una temporada con un beatle y un Rolling Stone en su propia isla. Al otro día, sin haber dormido, arrancaron para el Caribe. En todo el trayecto Lehder, a quien Ron Wood se refiere todo el tiempo con el alias de “Víctor”, no paró de decir incoherencias y de fumarse, uno tras otro, sus cigarrillos sucios. Siempre hablaba muy alto y su lenguaje era una rara mezcla de vulgaridades dichas en español e inglés. En el avión no venía Ringo, al preguntarle Wood al narco por qué no estaba el beatle, este le dio una cariñosa cachetada en la cara y le dijo que no se preocupara porque el baterista “Ya se encontraba en camino”. Aterrizaron en la pista de kilómetro y medio que “Víctor” había mandado construir en Cayo Norman. Los acomodaron en un majestuoso Bungalow y a las pocas horas apareció Ringo quien, según palabras del guitarrista “Venía cabreado”. Pero la tensión se disiparía cuando Lehder los llevó a conocer el modernísimo estudio de grabación que había construido para que “Artistas de la talla de ustedes toquen para mi” y diciendo esto prácticamente los músicos entendieron que más que una invitación era una orden del narco.
Pasaron días enteros tocando en la sala de grabación para el capo. Este sólo atinaba a sonreír y a viajar en su nube opiácea. Muchachos entre 15 y los 18 años, deambulaban semidesnudos por la mansión mientras las paredes de estas retumbaban por los riffs salvajes de Ron Wood. De noche salían a ver las estrellas y a entregarse a las paletadas de coca. Había una habitación cuyas paredes y pisos estaban tapiadas de cocaína “Era como la cueva de Aladino” recuerda Wood. En la noche el rey de Cayo Norman se encerraba con su corte de ángeles en una casa que quedaba al otro lado de la isla. A los músicos solo los veía como personal que se ocupaba única y exclusivamente de tocar sus instrumentos. La situación duró cerca de un mes y a mediados de enero de 1980, Lehder, acosado por sus socios del Cartel de Medellín que le pedían más compromiso con la causa y menos rumba, decide liberar a los ingleses. Se despidió de ellos haciéndoles prometer que irían a Colombia, quería que conocieran el Quindío, los cafetales y juntos hacer un alucinado viaje por el valle de la coca. Nada de esto se pudo hacer, “Víctor” caería seis años después y todavía purga una pena de la cual no saldrá vivo.
Para el Stone y el Beatle su estancia en la isla, siendo invitados del capo colombiano, sólo es un mal recuerdo “tocábamos tanto que en esos días compuse una canción llamada Tiger Balm… no hace mucho que Ringo y yo estuvimos recordando los días en que fuimos rehenes de aquel tipo, intercambiando rayas por riff y golpecitos de tarjeta por golpes de batería”.
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