Semanas atrás, un domingo por la mañana, salí a pasear por el casco antiguo de Vic. Mientras subía por una empinada callejuela, empecé a escuchar una singular algarabía de voces. Al poco rato topé con un nutrido grupo de más de 300 viudas que bajaban a riadas en dirección a la iglesia de la Mercè. Eran las viudas de Catalunya procedentes de diversas poblaciones, como Barcelona, Tarragona, Sabadell, Terrassa, Manresa, Tortosa, Molins de Rei, Igualada, Tàrrega y Vic entre otras. Se habían reunido en la capital de Osona para celebrar y festejar su encuentro anual itinerante. Se las veía contentas y desenfadadas. En todo el Principado existen
asociaciones de viudas –y también de viudas, viudos, separados y separadas- que regularmente organizan excursiones, clases de baile, sesiones de café-teatro, grupos corales, clases de pintura y teatro, salidas al cine, almuerzos de hermandad, karaokes, sardanas, conferencias y todo tipo de actos.
asociaciones de viudas –y también de viudas, viudos, separados y separadas- que regularmente organizan excursiones, clases de baile, sesiones de café-teatro, grupos corales, clases de pintura y teatro, salidas al cine, almuerzos de hermandad, karaokes, sardanas, conferencias y todo tipo de actos.
En el imaginario colectivo a veces ha cuajado el mito de la “viuda alegre”, como si todas las viudas celebraran la supuesta libertad derivada del deceso de sus maridos y se pasaran la vida haciendo jarana. Es cierto que procuran divertirse y aprovechar los años que les quedan de vida. Pero no todo es alegría: también hay muchos contratiempos, soledad, privaciones económicas, enfermedades, pobreza y otras vicisitudes adversas. El origen del equívoco cabe buscarlo en la opereta La viuda alegre, de Franz Lehár, con libreto de Viktor Léon i Leo Stein, un espectáculo que escenifica las andanzas de una rica viuda, y el intento de sus conciudadanos de conservar su dinero en un principado ficticio buscándole un buen marido. De esta obra el genial director Ernst Lubitsch rodó una versión cinematográfica protagonizada por Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald. La sinopsis, muy parecida a la de la opereta, cuenta la historia de una viuda multimillonaria de un pequeño país centroeuropeo que, al no hallar marido en su patria, se traslada a París con el objetivo de casarse. Entonces, para evitar la fuga de capitales, el rey envía a la capital francesa al Conde Danilo para seducirla y traerla de vuelta.
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A principios del siglo XX la esperanza de vida de las mujeres empezó a mejorar y hoy está por encima de la de los hombres. Datos recientes indican que en España existen cerca de 2,3 millones de viudas y unos 600.000 viudos. En Catalunya las viudas son cerca de 380.000, mientras que los viudos apenas llegan a los 80.000. En todo el estado la proporción es de cinco viudas por cada viudo, la mayoría pobres. La oficina de estadística de la Comisión Europea dictamina que ser pobre en España equivale a vivir con 700 euros al mes. Pero según datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, la pensión de viudedad media ronda los 578 euros mensuales, el 52 por ciento de la base reguladora por la que cotizaba el marido. Cuando una persona fallece, su cónyuge, su pareja de hecho o su ex-pareja tiene derecho a recibir una pensión de viudedad, siempre que cumpla los requisitos exigidos. Lamentablemente, las modificaciones legales aprobadas en 2008 modificaron negativamente las condiciones para que divorciados y separados pudieran acceder a una prestación. Actualmente, la Seguridad Social puede denegar una pensión de viudedad en los casos de falta de cotización, corta duración del matrimonio, o falta de justificación de una convivencia prolongada en el caso de las parejas de hecho.
La pensión de viudedad no es un generoso regalo del Estado. Es un derecho que se consigue tras muchos años de cotizaciones, por más que muchos ciudadanos han trabajado duramente durante años sin estar asegurados ni cotizar. En este sentido cabe señalar que, tristemente, en este país hay cerca de 390.000 viudas que no reciben ningún tipo de retribución porque sus esposos no cotizaron a la Seguridad Social el mínimo de años exigido por la ley. Pero, ¿por qué las mujeres viven más que los hombres? Sin ser un experto en biología, me atrevería a decir que las mujeres son más longevas porque saben adaptarse mejor a la vida, a pesar de que muchas de ellas experimentan la condición de madres, con todo el desgaste físico –a priori- que ello supone. Además, creo que su psiquismo está menos sometido al estrés y tienen una afectividad más práctica. Las mujeres, que probablemente son más inteligentes que los hombres, conocen mejor su cuerpo. Los hombres, en cambio, generalmente acostumbramos a perder el tiempo y la salud en prácticas de ocio tan poco saludables como la ingesta exagerada de alcohol y tabaco, o la práctica del deporte compulsivo sin control. O bien caemos en el sedentarismo más absoluto sentados en el sofá, mirando la tele, mientras ellas hacen la cena, lavan ropa, sacan el polvo o cambian los pañales de los bebés.
Algunos estudios sobre la variable influencia de los medios rural y urbano señalan que las ciudades acortan la vida de los hombres y alargan la de las mujeres, mientras que en campo se invierten las coordenadas. Científicos japoneses explican la situación diciendo que el sistema inmunológico de las mujeres envejece más lentamente que el de los hombres. Según el doctor Katsuiku Hirokawa, “las hormonas sexuales afectan al sistema inmune, especialmente ciertos tipos de linfocitos. Las mujeres tienen más estrógeno que los hombres, lo que las protege de las enfermedades cardiovasculares hasta la menopausia”. Algunos expertos señalan que, con las nuevas costumbres (hoy las mujeres consumen más alcohol, fuman tabaco y comen alimentos poco saludables), en el futuro el número de viudas disminuirá en relación a los viudos y pasaremos de la actual proporción de cinco a uno, a la de tres viudas por cada viudo.
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