Probablemente el ataque japonés sobre la base naval norteamericana en Hawaii no había terminado cuando surgieron las primeras especulaciones. Según los críticos, el Presidente Franklin D. Roosevelt estaba al tanto del asalto nipón y lo permitió para así tener una excusa de intervenir en la Segunda Guerra Mundial. Algunos afirman que su gobierno provocó a Japón para que llevara a cabo dicho ataque que le ayudaría a convencer al pueblo estadounidense de participar en el conflicto en contra del eje Berlín-Roma-Tokio, y algunos incluso creen que fue el mismo Roosevelt quien diseñó el ataque y convenció a los japoneses de que lo llevaran a
cabo, esto es, un ataque de “falsa bandera”. A estos últimos mejor ni responderles, pero sí creo necesario establecer los hechos conocidos y probados que puedan ayudarnos a esclarecer lo que realmente sucedió y lo que no pasa de ser meras especulaciones. Cada uno llegará a sus propias conclusiones.
cabo, esto es, un ataque de “falsa bandera”. A estos últimos mejor ni responderles, pero sí creo necesario establecer los hechos conocidos y probados que puedan ayudarnos a esclarecer lo que realmente sucedió y lo que no pasa de ser meras especulaciones. Cada uno llegará a sus propias conclusiones.
Los hechos
El 19 de septiembre de 1931, fuerzas imperiales japonesas comenzaron la invasión de la provincia china de Manchuria. El ataque respondía a un supuesto ataque terrorista contra una vía de ferrocarril que los japoneses administraban, aunque después de la guerra se confirmó que fueron los mismos japoneses quienes habían puesto la bomba. Seis meses después, controlada buena parte del norte de China, Japón independizó dichos territorios y fundó el estado marioneta de Manchukuo. Poco pudo hacer China militarmente para defenderse, y la situación pronto se volvió en un hecho consumado.
Seis años después, un supuesto nuevo acto de provocación llevó a ambas naciones a una guerra abierta, en la que los japoneses establecieron rápidamente su supremacía militar, invadiendo Shanghai en octubre de 1937 y conquistando la capital china, Nanking, antes de fin de año. La brutalidad del ejército japonés contra la población civil en esta última ciudad, donde un cuarto de millón de civiles fueron asesinados, levantó las protestas del resto del mundo, pero la preocupación por la situación en Europa, la no participación de los Estados Unidos en la Liga de las Naciones y el temor de Francia e Inglaterra de enfrentarse a Japón no consiguieron el consenso para imponer sanciones sobre los invasores. Para algunos, estos eventos marcaron el verdadero inicio de la Segunda Guerra Mundial.
La respuesta occidental.
En septiembre de 1940, ya iniciadas las hostilidades en Europa, Japón invadió la Indochina francesa, aprovechando el hecho de que el gobierno francés en Vichy no era más que una marioneta de la Alemania nazi, aliada de Japón. La intención de los invasores era capturar las importaciones de petróleo y material militar que China Embargo sobre Japónvenía obteniendo en su guerra contra Japón. Muchos de estos productos provenían de los Estados Unidos y el Presidente Roosevelt decidió responder con un embargo de todos los productos de índole militar, petróleo, acero y cobre principalmente, además de cerrar el Canal de Panamá a barcos japoneses y congelar los activos financieros nipones en los Estados Unidos. Poco después Japón accedió a negociar con el país norteamericano, pero la condición de abandonar China era simplemente inaceptable para Japón y las negociaciones, a pesar de haber estado cercanas a un acuerdo en un par de ocasiones, no llegaron a buen puerto.
Mientras tanto el gobierno militarista de Japón ya había decidido que su única salida sería una guerra abierta contra los Estados Unidos para expandir y consolidar su “Esfera de Influencia” en el Pacífico, algo que consideraba un “derecho divino”. En enero de 1941, el general Tojo, Primer Ministro japonés, dio órdenes de preparar un ataque preventivo contra la potencia norteamericana.
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Meses de engaños
Durante el otoño de 1941, los diplomáticos japoneses en Washington mantuvieron la pantomima de las negociaciones, a pesar de que la decisión de atacar Pearl Harbor estaba tomada de antemano. Roosevelt, al mismo tiempo, sabía que la posibilidad de una guerra era cierta y tomó la decisión de transferir la Flota del Pacífico a dicha base en las Islas Hawaiianas. Aún así, la administración estadounidense estaba más preocupada por los acontecimientos en Europa que con un potencial conflicto en oriente.
¿Qué sabían los norteamericanos?
Aquí es donde empieza el debate. Según algunos notables personajes, incluyendo al periodista Robert Stinnett, al Vice-Almirante Robert A. Theobald y al historiador revisionista Harry Elmer Barnes (este último un conocido negacionista del Holocausto), el gobierno de Roosevelt contaba con información previa sobre el ataque a Pearl Harbor pero la ocultó para permitir que Japón atacara y así tener una razón para entrar en la guerra. Cabe decir que ninguno de los intentos de estas personas ha conseguido probar fehacientemente sus acusaciones, basadas principalmente en rumores, trozos de información de algunos documentos y en sus propias especulaciones. Ningún historiador moderno acepta tales teorías. Aún así, creo que es necesario mencionar los puntos más importantes de sus conjeturas y dejar que cada lector extraiga sus conclusiones.
El embargo como provocación
En opinión de los críticos, el verdadero objetivo de Roosevelt con el embargo no era obligar a Japón a abandonar China y los demás territorios invadidos, sino forzar directamente una guerra. Un hecho muy difícil de probar, pero los acusadores utilizan un par de comentarios hechos por personas cercanas a Roosevelt que, según ellos, prueba sus teorías. El primero fue hecho por el Vice-Almirante Frank Beatty, un ayudante del entonces Secretario de la Marina Frank Knox.
“Antes del 7 de diciembre, tuve muy claro… que estábamos empujando a Japón hacia una esquina. Yo creía que el deseo del Presidente Roosevelt y del Primer Ministro Churchill era de que entrásemos en la Guerra, ya que ellos creían que los aliados no podrían ganar sin nosotros y que todos nuestros esfuerzos para que los alemanes nos declararan la Guerra habían fallado; las condiciones que impusimos a Japón –que salieran de China, por ejemplo— eran tan severas que sabíamos que no podrían aceptarlas. Los estábamos forzando tan severamente que deberíamos saber que reaccionarían contra los Estados Unidos. Todos sus preparativos militares —y conocíamos sus importaciones—apuntaban en esa dirección.” Este comentario es verídico, sin embargo, no deja de ser la opinión de un militar, y no la del gobierno de los Estados Unidos. Además, el hecho de que se conociesen las intenciones japonesas no implica a que Roosevelt estuviese buscando abiertamente la guerra. Japón había invadido China sin provocación, y occidente le había impuesto sanciones para evitar que continuara su expansión militar, lo cual no era un hecho insólito en las relaciones internacionales. En todo caso, la opinión de Beatty confirmaría un hecho que nadie, nunca, ha negado, y es que los Estados Unidos sabían que Japón podía reaccionar violentamente, pero eso no quiere decir que su gobierno conociera la fecha y el lugar del ataque.
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JN-25 era lo que se conoce como un cifrado “súperencriptado”, y el proceso para romperlo requería tres etapas: 1) determinar el método “indicativo” para establecer un punto de inicio en el proceso; 2) descartar el código de súperencriptado para revelar el código base y, 3) descifrar el código. Por razones obvias, el procedimiento era lento y en ocasiones infructuoso, y no ayudaba el hecho de que la inteligencia obtenida por los servicios de descifrado era tan sensible HYPOque en muchas ocasiones su conocimiento se limitaba a unas cuantas personas, y no siempre llegaba a las manos adecuadas. Por ejemplo, el Almirante Kimmel, responsable de la flota en Pearl Harbor, no recibió los mensajes que sí habían sido descifrados sobre los movimientos japoneses, es más, ni siquiera sabía que en Honolulu había una estación de escucha. Sin embargo, en los años de la posguerra los críticos han utilizado enunciados que, según ellos, afirman que los códigos eran fácilmente legibles. El problema estriba en que cuando los descifradores hablaban de “leer” un mensaje, se referían exclusivamente a la primera etapa del proceso, esto es, a determinar el método indicativo que les permitiría romper el código. Hasta ahora no se han encontrado evidencias de que algún mensaje conteniendo información sobre Pearl Harbor hubiese sido descifrado a tiempo.
Detección de Transmisiones Japonesas
Existen afirmaciones de que en diversos puntos del Océano Pacífico se detectaron señales de tráfico naval durante los días previos al ataque. La más famosa corresponde al operador de radio del crucero SS Lurline, que viajaba desde San Francisco hacia Hawaii la semana anterior al ataque. Leslie Grogan, un oficial naval en la reserva con 20 años de experiencia, había detectado tráfico excesivo de radio proveniente del oeste, y su experiencia le dictaba que eran transmisiones japonesas. El código Morse tiene varios estándares, dependiendo del idioma, y es posible para un operador experimentado dirimir su origen por ello es que las afirmaciones de Grogan pueden ser creíbles. Grogan, además, creía que el origen de las transmisiones estaba en el mar, y no en tierra, y en movimiento en dirección este, o sea, de Japón hacia la costa este de los Estados Unidos. Muy probablemente, Grogan adivinó correctamente la situación de la flota japonesa en ese momento. Map_of_Pearl_Harbor_attack_force El problema está en que la Kido Butai (fuerza de ataque), mantenía un estricto silencio de radio desde que partió de sus puertos. De hecho, a los aparatos de radio de todas las naves se les habían retirado fusibles y otras partes para evitar una transmisión accidental. ¿Cómo podía detectar Grogan las transmisiones? Muy sencillo. Una antena receptora, aunque no envíe mensajes, refleja una leve señal al momento de recibir una transmisión. Dado el tamaño de la flota japonesa, lo más seguro es que el operador del SS Lurline detectara dichos reflejos de las transmisiones originadas en Japón. Ahora bien, los detectores de localización (RDF) de la época podían confirmar la dirección de la que la señal provenía, pero no la distancia, y el mismo Grogan creyó en un principio que las señales tenían su origen en un punto mucho más cercano a Japón del que en realidad estaba la flota. Otro punto crucial era que se conocía la costumbre japonesa de alimentar señales falsas de radio para despistar, y por ello no se le dio la debida importancia al informe de Grogan.
Los portaaviones no estaban en Pearl Harbor
Uno de los más famosos argumentos esgrimidos por los que defienden un conocimiento previo del ataque a Pearl harbor, es que supuestamente el Alto Mando naval había retirado a sus portaaviones de la base para protegerlos, dejando en Honolulu sólo los barcos más “obsoletos”. Ya en la primera parte de este artículo varios lectores han mencionado este hecho que consideran como “evidencia” de que Washington estaba al tanto del ataque. Revisemos entonces dicho argumento.
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De los tres portaaviones que la Marina tenía en el Pacífico el 7 de diciembre de 1941, el USS Saratoga acababa de llegar a San Diego después de unas semanas en el dique seco por reparaciones. De los dos en activo, El USS Lexington estaba entregando aviones a los Marines en la Isla de Midway, más cercana a Japón que Hawaii y, de hecho, no muy lejos de la Kido Butai. El mismo día del ataque, el Lexington recibió órdenes de virar al sur para localizar a la flota japonesa, volviendo a Pearl Harbor el 13 de diciembre. El USS Enterprise realizaba una misión similar en la Isla de Wake, nuevamente, mucho más al oeste de Hawaii, y mucho más cerca de la flota japonesa, tanto, que de hecho algunos aviones del Enterprise participaron en la defensa de PH. Además, el Enterprise tenía programado llegar a su base en Hawaii la noche del día 6, lo que le hubiese significado su presencia en PH durante el ataque, pero una tormenta retrasó su llegada.
Si la Marina hubiese querido proteger a sus portaaviones, no los hubiese enviado al oeste, justo en el camino de la flota japonesa. Para más inri, ambos buques navegaban sin escolta, lo cual indica que nadie esperaba un ataque. Los portaaviones estaban fuera de Pearl Harbor, sí, pero no en un lugar seguro, sino en uno mucho más peligroso. Difícilmente alguien puede esgrimir este hecho como argumento de que la Marina estaba al tanto del ataque y quería proteger sus naves.
Debo añadir también que los acorazados hundidos en Pearl no eran en absoluto obsoletos. Hasta ese día, eran el arma más eficaz de cualquier armada, y sólo el ataque japonés demostró que sus días como gobernantes de los mares estaban contados. La pérdida del Arizona y del Oklahoma fue un duro golpe del que la US NAVY tardaría varios años en recuperarse, y dudo mucho que un país a punto de entrar en guerra sacrificase dos de sus más preciadas armas.
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Conclusiones
No existe evidencia fehaciente de que los norteamericanos tuviesen información certera y creíble del ataque a Pearl Harbor. Como mucho, un puñado de pruebas circunstanciales, pero nada definitivo. Es verdad que se esperaba un ataque, pero nunca nadie ha podido demostrar que Washington conociese el objetivo y la fecha. Durante las semanas previas, aparte de Pearl Harbor se consideraba a las Islas Filipinas como el más posible de los objetivos, al igual que Alaska, y no eran teorías tan descabelladas, pues el mismo 7 de diciembre hubo un desembarco japonés en Alaska, planificado como una distracción, y las Filipinas fueron atacadas al día siguiente. Asimismo, debemos considerar que las fuerzas militares de los Estados Unidos previas al 7 de diciembre no eran la eficiente y poderosa máquina de guerra que llegó a ser después de la guerra.
Roosevelt y el pueblo norteamericano ya estaban convencidos de que eventualmente los Estados Unidos entrarían en guerra y ya se había iniciado el proceso de rearme, pero las fuerzas armadas aún estaban muy lejos de poder equipararse con los japoneses o los alemanes. Este punto nos lleva a rebatir otro de los argumentos de los defensores de la teoría conspirativa, aquel que dice que Roosevelt necesitaba una excusa para entrar en la guerra. Algo de cierto hay en ello, pues tanto el presidente como sus ayudantes deseaban que fuese Japón quien abriese fuego, pero para tener un casus belli no hacía falta sacrificar toda una flota, bastaba con el ataque preventivo. La opinión pública estadounidense ya estaba convencida.
En todo caso, creo que el debate continuará ad infinitum, pues para aquellos que se creen convencidos de algo, no hay evidencia que les haga cambiar de opinión. Lo único positivo que yo saco, es que los aficionados comentaristas de la historia seguimos teniendo temas para escribir artículos. Los hechos están ahí, que cada uno extraiga sus conclusiones.
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