Una mañana de julio de 2011, estábamos
terminando una reunión de trabajo cuando uno de los presentes comentó que la
cantante inglesa Amy Winehouse había
muerto. Varios colegas se agruparon a su lado para leer la noticia que él
mostraba en su celular. No le presté mucha atención a la noticia. Yo había oído
hablar de ella, pero en ese momento no recordé su cara. Sí me acordé de
haber leído que Estados Unidos le había negado la visa de entrada por abuso de
narcóticos un par de años antes. En esa noticia, la foto de Winehouse
mostraba a una mujer flaca, tatuada y un rostro desencajado. Ese recuerdo
y la especulación que la cantante había muerto por sobredosis fortalecieron mi
percepción que
se trataba de una de esas rockeras punk, comerciales, pasajeras. Por eso no entendí cuando nuestro jefe, un ciudadano alemán mayor que todos nosotros y de gustos muy finos, dijo con una auténtica mueca de tristeza: "Pobre, murió casi a la misma edad de Janis Joplin y de Jim Morrison. Que lástima".
se trataba de una de esas rockeras punk, comerciales, pasajeras. Por eso no entendí cuando nuestro jefe, un ciudadano alemán mayor que todos nosotros y de gustos muy finos, dijo con una auténtica mueca de tristeza: "Pobre, murió casi a la misma edad de Janis Joplin y de Jim Morrison. Que lástima".
Meses más
tarde, alguien en Facebook subió la noticia sobre la verdadera autopsia de Amy Winehouse y cómo había sido finalmente divulgada. Esta
confirmaba que la cantante había muerto por consumo excesivo de alcohol.
"Otra más que muere fundida," le comenté con un poco de sorna y
despecho a un compañero de trabajo. Pero algo me llamó la atención esa misma
noche. Mientras revisaba mi correo electrónico y curioseaba Facebook antes de
dormirme, noté un comentario que un amigo había escrito bajo la noticia que yo
había leído esa mañana. El comentario decía: "Déjenla descansar. Pobre
mujer. Cuánta falta hace su talento". Esto me sorprendió porque ese amigo
era conocido por ser callado, formal y hasta medio aburrido. Yo no entendía
cómo él pudiera tener algún tipo de afinidad con ese género de rock ácido y
extremo que a nuestra edad ya habíamos dejado atrás. Picado por la curiosidad,
pulsé la noticia de nuevo y esta vez seguí unos de los enlaces a videos de su
música. Lo que descubrí fue como una bofetada a mi ignorancia y soberbia. El
video de YouTube que abrí esa noche es el que comparto con ustedes al final de
este escrito. Me quedé viéndolo y escuchándolo asombrado... anonadado... como
en un estado de trance. Demás está decir que me quedé viendo cerca de otros
diez videos de ella.
Hoy día, la
música de Amy Winehouse forma parte de mi colección de MP3. Cada vez que la
escucho siento un poco de melancolía. La conocí hasta que murió, cinco años
después de su ascenso a la fama internacional, cinco años en los que me perdí
de su talento y la juzgué sin haberla escuchado una sola vez, cegado por mis
prejuicios. ¿Y así hay personas que dicen no arrepentirse de nada? iGracias por
tu música, Amy! Te escucharé siempre con mucho agrado.
iDescansa en paz!
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